noviembre 22, 2024

Ribadeo está anclado en la orilla occidental de una verde y frondosa ría. En 1989, el municipio lucense amplió los muelles de su pequeño puerto, lo que modificó la línea de costa y las corrientes marinas que se adentraban en este estuario que comparten Galicia y Asturias. La inesperada fuerza de las aguas durante las mareas comenzó a horadar el fondo arenoso y en 2011 afloraron unas desconcertantes piedras volcánicas nunca vistas y unos objetos cerámicos que no se correspondían con los tradicionales de la zona. El Museo del Hombre de París determinó pronto que las rocas procedían del lejano Vesubio (Nápoles, Italia), lo que permitió a los arqueólogos darse cuenta de a lo que se enfrentaban: eran el lastre que se colocaba en las bodegas de los galeones para mantener su estabilidad. El San Giacomo di Galizia, la nave de guerra del siglo XVI mejor conservada del mundo, acababa de ser localizado a solo ocho metros de profundidad.

Diez años después, y tras cinco campañas de excavación y toma de datos, la última en junio, los secretos de la capitana de la escuadra que en 1597 intentó el asalto de Inglaterra empiezan a desvelarse ante la admiración de los especialistas dirigidos por el arqueólogo Miguel San Claudio. Provienen de las universidades de Texas (EE UU), Nova de Lisboa (Portugal), Trinity Saint David (Gales), Valencia, el Institute of Nautical Archaeology de Texas el CSIC y el Maritime Archeology Trustde Southampton  (Reino Unido). Y eso pese a que el presupuesto para devolver a la luz el gigante de los mares es exiguo: 15.000 euros este año, que ha puesto sobre la cubierta la Universidad de Texas para extraer los secretos de un galeón que portaba 91.000 ducados de oro (120 millones de euros al cambio actual) para comprar voluntades en el campo enemigo. Solo la ayuda y apoyo de la Armada española ―cada campaña del equipo de submarinistas militares está valorada en 18.000 euros, aunque lo hacen de manera altruista―, la Asociación de Amigos del Galeón de Ribadeo la Xunta de Galicia, el Real Club Náutico de Ribadeo, el Centro de Actividades Subacuáticas de la Costa de Lugo  y el Ayuntamiento, que ofrecen apoyo material y humano, permite que los trabajos continúen. Fernando Suárez, el alcalde, lo explica así: “Todos son voluntarios. No hay fondos de las administraciones gallega y nacional. Poco más que decir”.

El primer intento de invasión de Inglaterra, en 1588, fracasó por las condiciones meteorológicas. De los 137 barcos que Felipe II envió para provocar la rebelión de los católicos en el reino anglicano, 35 no regresaron. El temporal afectó principalmente a las naves adaptadas a la navegación en el Mediterráneo y que no estaban preparadas para el Mar del Norte. Por eso, el monarca se dio una segunda oportunidad ocho años después, en 1596: una flota mayor que la anterior (196 barcos) lo intentaría de nuevo.

El imperio no contaba esos años con una flota real, así que a Felipe II solo le quedaban dos opciones: requisar barcos o alquilarlos (“contrato de asiento”, se llamaba en la época). El croata Pedro de Ivella le ofreció 12 naves de guerra, la escuadra de la República de Ragusa (Dubrovnik), de la que él sería el almirante y que capitanearía el San Giacomo di Galizia. Inicialmente, el San Jerónimo iba a ser la capitana, pero se hundió en aguas de Corcubión, en plena costa de la Muerte en octubre de 1596.

El San Giacomo tenía ―”tiene”, replica San Claudio, “porque sigue ahí”― 34 metros de eslora y 11 de manga, movía 1.800 toneladas (la nao Santa María de Colón rozaba las 100) y transportaba una tripulación de unos 500 hombres, de los que 138 eran marinos. Fue construido en los astilleros de Castellammare di Stabia (Nápoles) por el armador Giovanni di Polo ex profeso como buque de guerra. A diferencia de otros de su categoría, fue forrado con un casco mucho más ancho de lo habitual (12 centímetros, frente a seis) para que sus maderas pudieran resistir mejor las andanadas de la artillería enemiga. Los análisis han confirmado que, al menos, parte de sus tablones proceden del monte Gargano (en la región italiana de Apulia). La nave iba artillada, además, con 40 cañones de fabricación italiana, lo más puntero tecnológicamente de la época.

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